PURA VIDA


15 abr 2007

OM


He renunciado a mis dos vicios más grandes.Más que por iniciativa personal, por purita obligación. . Una coacción personal a la que no puedo oponer ningún tipo de resistencia.
A uno de ellos, porque: !basta ya de reincidencias! ( ¿cuán poderosa puede ser la necedad? ¿cómo se puede obviar durante tantos años lo que es obvio para el resto de comunes?) Sí, el amor es ciego pero coño, una cosa es estar ciega y otra caminar en las tinieblas…
Al otro, porque mi cuerpo dejó de necesitar su riquísimo estímulo, y porque me comenzó a regalar exageradamente sus efectos sin necesidad de reservarle un presupuesto mensual. Aunque, debo admitir, apenas mi organismo comience a funcionar como alguna vez no tan lejano lo hizo, volveré a él- sin duda en dosis reducidas ( obligada, nuevamente, aprendí que hacer las cosas por gusto, porque sí, pierden su encanto y sentido).
Y ante estos cambios, he agregado mi aproximación – deliciosa y necesaria- al yoga. Disciplina que vengo practicando desde hace 5 años.
Mi primer maestro pesaba 20 kilos, carecía de cualquier tipo de pelaje y podía doblar su cuerpo mejor que Houdini. Es indio, me dijeron que se llamaba Santhanan ( la h es cortesía de mi imaginación), habla como Yoda- probablemente era su hermano perdido-, trataba con dureza a sus inflexibles discípulos y no soportaba ningún tipo de queja. De él, aprendí todo lo que sé de yoga- no estoy mal- lamentablemente cuando Horacio comenzó a crecer en mi barriga me obligó a dejar sus clases, evitar las distancias insanas en el volante y me derivó a Patricia.
Flaquita, dulce y absolutamente menos exigente. Bueno, tomemos en cuenta que en su clases éramos tres embarazadas y dos señoras mayores de 56 años con pocas cualidades contorsionistas. Duré tres meses, regresé donde Santhanan hasta que la panza me prohibió seguir manejando y las clases se convirtieron en mirarme al espejo, inmensa.
Santhanan desapareció y su paradero todavía es un misterio.
Por eso y la cercanía- mejor ir caminando- me matriculé hace un par de años en las clases de yoga del gimnasio que queda a escasas cuadras de mi casa, a sabiendas de que sin duda me encontraría con un salón oloroso de incienso y música importada de la India. No está mal, a pesar de mis prejuicios. Si bien no he sido constante ( de tres en tres meses), esta vez estoy comprometida. Este es mi año. Lo digo y lo repito.